Murió Oliver Sacks, el gran explorador de la mente humana
Ayer a los 82 años, murió en su casa de Nueva York, junto a su pareja el guionista Bill Hayes y rodeado de amigos, una de las mentes más brillantes y creativas del mundo científico. Había anunciado que padecía cáncer pocos meses antes en una emotiva carta de despedida a sus lectores.
Todos ya lo sabíamos. Él mismo se encargó de anunciarlo en un emotivo y hermoso artículo publicado el último enero en el New York Times llamado “De mi propia vida” donde el extraordinario Oliver Sacks nos contaba a sus lectores que padecía cáncer de hígado terminal pero que conservaba la misma gratitud y emoción por la vida. «Por encima de todo, he sido un ser con sentidos, un animal pensante, en este maravilloso planeta y esto, en sí, ha sido un enorme privilegio y una aventura», comenzaba a despedirse Sacks mientras nosotros empezamos a sentirnos mas solos. Ayer a las mañana su oficina de prensa dio a conocer la noticia que no queríamos escuchar pero nos tranquilizó la forma en que lo hizo. “Oliver sacks murió esta mañana temprano en su casa en greenwich village, rodeado de su familia y amigos. Se fue a los 82 años. Pasó sus últimos días haciendo lo que amaba:tocando el piano, escribiendo a los amigos, natación, disfrutando de salmón ahumado, y realizando varios artículos. Sus últimos pensamientos fueron de gratitud por una vida bien vivida y el privilegio de trabajar con sus pacientes en varios hospitales y residencias (…) , firmaba el comunicado de sus seres más queridos.
Sacks, que nació en Londres en 1933 aunque desarrolló gran parte de su vida profesional en Estados Unidos, deja atrás un puñado de libros inolvidables como El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Veo una voz (Viaje al mundo de los sordos), Un antropólogo en Marte, Con una sola pierna o Alucinaciones (su último título en castellano) y, sobre todo, a muchos pacientes cuya vida es mucho mejor después de haber pasado por sus manos. Incluso llegó a la pantalla grande de la mano de Robin Williams, al interpretarlo en la película Despertares, que obtuvo tres candidaturas al Oscar en 1990.
Oliver Sacks fue sin duda uno de los mayores divulgadores científicos del mundo que puedo combinar de manera exquisita una cuidada literatura con lo más riguroso del mundo científico. En sus ensayos, publicados en castellano por Anagrama aunque el primer editor que lo lanzó en el mundo hispano fue Mario Muchnik, Sacks pretende explicar qué nos convierte en seres humanos, el extraño viaje entre la mente y algo que podríamos llamar alma, nosotros, cada ser individual. ¿Cómo funciona la memoria? ¿Por qué y cómo vemos, ven los ojos o ve el cerebro? ¿Qué significa poder oír, escuchar lo que nos rodea? ¿Qué son el amor y el deseo sexual? ¿Qué dicen de nosotros las alucinaciones? ¿Hasta qué punto un autista está aislado del mundo en el que vive? ¿Nos define una enfermedad que padecemos?
Sin duda su gran aporte fue haber acercado a millones de lectores en todo el mundo a aquellos que la sociedad se empeña en tratar como diferentes y que Sacks siempre consideró iguales. Nos ayudó, con textos extraordinariamente entretenidos, a comprender la inmensa complejidad de la mente humana y nos permitió atisbar la forma en que se enfrentan al mundo todos aquellos que demasiadas veces preferimos ignorar. A veces, la enfermedad nos puede enseñar lo que tiene la vida de valioso y permitirnos vivirla más intensamente», afirmo alguna vez. No se trataba de un optimismo forzado sino de su propia experiencia con miles de pacientes que confiaron en él y que a los que ayudo a tener una vida mas feliz. Así de importante fue Sacks.
Con Robin Williams, su interprete en Despertares
Oliver Sacks nació en Londres y vivió en la capital británica los bombardeos nazis durante la II Guerra Mundial. Su carrera científica la desarrolló en Estados Unidos –aunque nunca llegó a ser ciudadano americano– y se hizo famoso como médico en los años sesenta por sus ensayos sobre el Parkinson (precisamente la historia que cuenta Despertares). Aunque se lo relacionará siempre con el Albert Einstein College of Medicine, donde pasó 45 años, su carrera como neurólogo empezó en la Costa Oeste. Primero su residencia en el hospital Monte Sión de San Francisco y luego en la Universidad de California en Los Ángeles. Como escribió él mismo en el New Yorker hace más de dos décadas, «la vida del neurólogo no es sistemática, como la de un científico, sino que le provee con situaciones novedosas e imprevistas que pueden convertirse en ventanas, agujeros por los que espiar la complejidad de la naturaleza». Esta complejidad quedó reflejada en su reciente memoria On the move en la que relataba cómo su época californiana incluyó practicar el culturismo en la playa, generosa experimentación con drogas y viajes en motocicleta con los Hell’s Angels. Su trabajo clínico nunca cesó. De hecho, fue la fuente de la que este ‘poeta de la medicina’ como ha sido llamado en más de una ocasión bebió para luego, gracias a su inmensa delicadeza y estilo, transformarla en una forma de introspección universal, en un método para interrogar la ordinaria existencia humana a través del drama vital de los cerebros que no lo eran. En las semanas y meses que mediaron entre la metástasis y la muerte, Sacks continuó escribiendo, publicando piezas en las que, públicamente, reflexionaba sobre su vida y su inminente final.
Sus libros le proporcionaron un reconocimiento mundial. “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” es quizás la obra que mejor ayude a entender su forma de concebir la medicina y la literatura. «¿El ser una isla, el estar separado, es inevitablemente una muerte? Puede ser una muerte, pero no inevitablemente. Porque aunque se hayan perdido las conexiones horizontales con los demás, con la sociedad y la cultura, puede haber conexiones verticales, intensificadas y vitales, conexiones directas con la naturaleza, con la realidad, sin influencias». Su personaje lograba esas conexiones directas a través de su capacidad para dibujar. Su reto como científico era darle una oportunidad, buscar formas para guiarlo y lograr que encuentre una vida plena en su diferencia radical. Ese fue siempre su objetivo como científico y como escritor.
En su obituario, The New York Times cuenta una anécdota que resume bastante bien su forma de ver el mundo: recibía unas 10.000 cartas al año, pero respondía siempre «a los menores de 10 años, a los mayores de 90 y a aquellos que estaban en la cárcel». Escribió su último artículo a principios de agosto, titulado Mi tabla periódica donde lamentaba a la vez todo lo que se iba a perder ante la inminencia de su muerte, explicaba que ya se encontraba muy enfermo, pero también celebraba la densidad de su existencia. Ayer su vida termino pero antes de eso se aseguró de dejar su obra, sus trabajos de investigación y sus publicaciones perfectamente accesibles para las futuras generaciones, que así podrán disfrutar de una de las mentes mas creativas, interesantes y sensibles. Un gran divulgador ciéntifico y sobre todo un ser humano extraordinario. Sus seguidores ya lo extrañamos.
Podés disfutar de Oliver Sacks en esta charla TD hablando de Alucinaciones, uno de sus grandes temas