LA VIDA TE DA SORPRESAS
Por Valeria Edelsztein
En septiembre de 1928, a la vuelta de sus vacaciones, el científico Alexander Fleming encontró en un rincón, mientras ordenaba su laboratorio, una pila de placas de Petri olvidadas. En estos recipientes redondos y chatos, de vidrio, había estado cultivando una bacteria para su estudio. Mientras separaba las placas para descartarlas, notó algo inesperado: la presencia de un hongo que estaba contaminando la muestra. Pero había algo más. Algo que llamó su atención: el hongo había impedido el crecimiento de la bacteria a su alrededor. Decidió estudiar este sorpresivo descubrimiento detenidamente. Así, encontró que el hongo fabricaba una sustancia natural con actividad antibacteriana. Dado que pertenecía a la especie Penicillium, Fleming denominó a esa sustancia «penicilina».
En este descubrimiento coincidieron una serie de factores: la placa de Petri olvidada no había sido puesta a incubar en estufa a 37°C (como es habitual para propiciar el crecimiento de las bacterias) y, además, la temperatura del laboratorio no era superior a los 12°C lo cual permitió que el hongo creciera sin ser totalmente desplazado por la bacteria. Por su descubrimiento, Fleming ganó el Premio Nobel de Medicina en 1945 y, lo más importante, millones de vidas pudieron salvarse.
Valeria Edelsztein.
Un día como cualquier otro, Constantin Fahlberg, un químico ruso que trabajaba en un laboratorio de la Universidad de Johns Hopkins realizando experimentos relacionados con la hulla, llegó a su casa y se dispuso a cenar junto con su esposa. Apurado y con hambre no se lavó las manos (convengamos que no era un químico muy pulcro). Al tomar la comida la sintió especialmente dulce. Como su esposa no sentía ese dulzor tan pronunciado dedujo que podría tratarse de algún compuesto del laboratorio que se había impregnado en sus manos. Al día siguiente, y con enorme curiosidad, probó cada uno de los compuestos que encontró en su mesada provenientes de sus experimentos (convengamos que tampoco era un químico muy consciente). Finalmente logró encontrar al dulce culpable: así nacía la sacarina.
Constantin Fahlberg.
En la década de 1910, la empresa Corning Glass Works trabajaba en el desarrollo de un vidrio que resistiera las fluctuaciones de temperatura, corrosión química y roturas para ser usado en los faros de las locomotoras. Bessie Littleton, esposa de uno de sus científicos, tenía una cacerola que únicamente había usado dos veces cuando el calor del horno la rompió. Como conocía el trabajo de su esposo, le pidió que llevase a casa uno de sus vidrios irrompibles y lo usó como molde para cocinar una torta. ¿Qué resultados obtuvo? Tardó menos en cocinarla, no se pegó al vidrio, la cocción había sido pareja y fue fácil desmoldarla. Lo mejor de lo mejor: ¡podía ver la torta a medida que se cocinaba porque el vidrio era transparente! Al día siguiente el Sr. Littleton llevo los descubrimientos de su esposa al trabajo. En 1915, salía a la venta la línea Pyrex®.
Littletons.
Los descubrimientos de Fleming, Fahlberg y Littleton son solo algunas de entre las muchas maravillas de la ciencia que tuvieron su origen en observaciones imprevistas, con consecuencias sorprendentes. Sobran ejemplos de descubrimientos que nacieron cuando algún buen científico iba en busca de otra cosa y estos descubrimientos fortuitos tienen un nombre muy curioso: serendipity (no existe oficialmente aun una palabra en castellano, aunque en algunos lugares figura como serendipia). El término se lo debemos a Horace Walpole quien lo acuñó en 1754 a partir de un cuento persa llamado “Los tres príncipes de Serendip” (el nombre árabe de la isla de Ceilán, la actual Sri Lanka), en el que los protagonistas solucionaban sus problemas a través de increíbles casualidades.
Desde Newton y su manzana pasando por el descubrimiento de los rayos X, la quinina, el horno microondas, los famosos post-it (esas notitas pegajosas que funcionan como recordatorio de todas las actividades que nuestra memoria no puede retener), el nylon, el velcro, el kevlar, el teflón y hasta el Viagra, hay una lista enorme de serendipities que hoy hacen nuestra vida mejor y más fácil.
¿Pero entonces todo es cuestión de suerte? ¿Basta con estar en el lugar correcto en el momento indicado? En absoluto. El gran químico Louis Pasteur resume el quid de la cuestión en una frase: «En los campos de la observación, el azar favorece sólo a la mentes preparadas». Cualquiera de estos descubrimientos podría haber pasado inadvertido, pero, gracias a la sagacidad de quienes se encontraron con ellos, estas serendipities, se convirtieron en hallazgos trascendentes para la humanidad.
¿Y saben qué es lo más interesante? Que el próximo descubrimiento puede estar a la vuelta de la esquina… sólo es cuestión de mantener los ojos abiertos.