Ambos conviven desde los años 50 en un laberinto del que no pueden salir, sobre todo porque ninguna de las las circunstanciales administraciones del país (de derecho o de facto) pudo o quiso resistir la tentación de sacar algún provecho (máximo o mínimo, según el caso) de los medios públicos para sus propios objetivos políticos. La historia de lo que siempre fue Canal 7 y hoy se denomina TV Pública puede resumirse en una sola y exclusiva pregunta: ¿público o gubernamental? De tanto en tanto hay programas-emblema que nos recuerdan el sentido y el valor de ese interrogante esencial.
La temporada 2016 de Científicos industria argentina comenzó con un pico de tensión. El disgusto de Paenza con el gobierno actual se verbalizó a través de un durísimo editorial. Y desde la propia producción del programa más de una vez se dijo que la continuidad de Científicos… era posible fundamentalmente por el clima propicio que experimentó la actividad durante los 12 años de gobierno kirchnerista. Quedaba claro que en el nuevo escenario el estado de ánimo de Paenza para seguir adelante con el programa no iba a ser el mismo.
Desde esta perspectiva, las circunstancias se modificaron de lleno con la llegada al poder de Cambiemos. El año terminó con un conflicto abierto entre el Gobierno y científicos del Conicet, que llegó a incluir la toma del edificio del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Casi al mismo tiempo, Científicos industria argentina cerró su ciclo: el tramo final del último programa estuvo dedicado a una conversación entre Paenza y el físico e historiador de la ciencia Diego Hurtado, fuerte crítico de la política del Gobierno en la materia.
Mientras tanto, desde la conducción de la TV Pública siempre se dejó saber que no había razón alguna para discontinuar el programa. De hecho, lo que se sabe es que existen conversaciones entre la conducción artística del canal y los productores de Científicos… para que el tema conserve su lugar en esa pantalla con otro título y otra modalidad en los próximos meses, junto con el lanzamiento de la programación 2017. Después de la experiencia de estas últimas 14 temporadas sería la alternativa más plausible. La categoría del programa que acaba de despedirse del aire dejó en el público, sobre todo, la sensación de que un espacio dedicado a la ciencia no puede faltar en la grilla de un canal público que se precie de tal en la Argentina.
El dilema que se presenta con el adiós de Científicos industria argentina y el debate sobre su eventual sucesor es, en definitiva, el mismo que aparece cuando empezamos a preguntarnos qué debería incluir un canal de televisión público. Y la primera conclusión a la que llegamos es tan elemental como insoslayable, porque responde a la lógica esencial de la función de estos medios.
Si creemos que la condición de un canal público pasa por la posibilidad de que sus valores (expresados a través de una programación) trasciendan a los gobiernos circunstanciales porque no hacen más que expresar el interés de todos, resulta mucho más importante la permanencia de un tema, de una cuestión, de un asunto y de una materia que la continuidad sine die de alguna marca identificada con ella. Por cierto, las mejores expresiones de la TV resultan perdurables y no pierden interés alguno porque expresan con lenguaje televisivo el valor que ciertos temas adquieren para una sociedad o logran realzarlo. Uno de los grandes méritos de Científicos industria argentina consistió en recuperar el atractivo televisivo de un tema que merece estar en los primeros lugares de la agenda pública y pasa inadvertido por la creencia de que se trata de una cuestión de especialistas, demasiado elevada para la comprensión del hombre común.
Con la ciencia pasa lo mismo que con la música clásica. Son disciplinas que al liberarse de prejuicios y presentarse en televisión de la manera más atractiva y didáctica posible sin perder el rigor y la búsqueda de la excelencia logran atrapar el interés general, despertar la curiosidad (los problemas matemáticos expuestos por Paenza en Científicos… eran ejemplares en ese sentido) y hacer un aporte invalorable en términos de conocimiento. «Un país culto será siempre un país libre y se dejará manipular menos», decía el inolvidable Fernando Argenta, aquel prodigioso músico y educador español que llevó adelante desde la TV pública de su país una extraordinaria acción para que los más chicos descubran sin complejos ni solemnidades la belleza imperecedera de la música sinfónica, la ópera y el ballet.
Lo mismo puede hacerse con la ciencia. En estos casos lo que debería plantearse un medio público es, ante todo, definir prioridades con algún consenso. Valorar temas y asuntos de interés para armonizarlos, en el caso de la televisión, con la tradición del medio, sus usos y costumbres, su lenguaje y modos de expresión. Esto significa, ni más ni menos, que trabajar por la excelencia. Imaginar, concebir y producir el mejor programa posible en cada materia. Mostrar en cada uno de ellos la mezcla más virtuosa posible entre la historia y la innovación, entre el clasicismo y la vanguardia. Sacarles el máximo provecho posible al lenguaje visual del medio y a sus cada vez más amplias potencialidades tecnológicas.
Si en su momento hubo un Odol pregunta que inauguró nuevos caminos en la búsqueda del saber por televisión sin perder el espíritu del entretenimiento, un canal público debería salir a buscar hoy el mejor programa posible en la materia. Que el eje de esa campaña pase por todas las búsquedas superadoras imaginables y disponibles, pero que no se dude en volver a las fuentes si las circunstancias así lo imponen. Lo mismo podría aplicarse a la ciencia, a los programas musicales, a la investigación periodística, a los ciclos sobre la salud, a los debates y hasta a los programas sobre medios. Después llegarán, por añadidura o decantación, los nombres encargados de llevarlosa adelante.
Sólo de esta manera parece posible escapar de la prisión del corto plazo y de los inmovilizadores laberintos en los que habita la televisión pública argentina desde su fundación.